sábado, 31 de marzo de 2007

Un porro con Genma

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El bello insecto
Mantuvo el vuelo ante mi vista.
Luego estuvo en mi mano
Y por accidente le arranqué un ala.
Supe que le daba lo mismo
Cuando vi a otro de su especie caminando
Sin el miembro que le arranqué a su hermano.

Como un débil pétalo en un cuerpo…

Aleteaban los insectos
Y observé otro, en detalle.

Su color y forma me eran extraños a primera vista.
“Es una termita”, sopló la voz del amigo
Mientras liberaba una bocanada de tabaco.
El bello insecto desde entonces tropezó con todo.

El atardecer una vez más,
Mil insectos decorando el aire perlado:
En medio del coloquio brotaban vibrantes.

Un pinchazo, un choque y una desconcentración:
“ahora son bichos“, comenté al indiferente,
Que reflexivo, tras otra bocanada, sonrió.

La noche.

La retirada por entre el bosque nocturno...




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miércoles, 7 de marzo de 2007

La Primera Revolución

¡Arriba! ¡Abajo! ¡Arriba! ¡Abajo! Ya no daba más pero había que seguir, sentía que me iba a partir en dos, pero el honor de este arte impedía aflojar la voluntad. ¡Adelante! ¡Abajo! ¡Atrás! ¡ADELANTE!

En ese momento casi desfallecí. Mil, tres mil veces adelante. Mi cabeza quiso dormir, mis piernas querían detenerse. Mis brazos gritaban de dolor. Había que llorar, pero de una forma muy especial, y esa era continuando el entrenamiento. Al final de la jornada, muy exhausto, continué en soledad. Siempre fue en soledad, entrenando, del uno al mil, hasta el tres mil.

...

Al otro día me encontré con él, el desgraciado. Yo lo odiaba. Pero este arte impide cometer el error de perder. Y ganar es a veces perder. Querer pasar por encima de él, por odio, era perder.

Esperaba un ataque… estar alerta es parte de este arte. Si me ataca, mi deber es evitar, evitar, evitar, evitar, evitar, responder, paralizarlo, quebrarlo.

Tranquilo. Pero me encontré con él. Un demonio se instaló a mi lado, con una sonrisa confiable. Su aspecto era tan humano como el mío, dijo ser mi aliado, lo miró a él con mi mismo desprecio: ¿Recuerdas lo que te hizo? ¿Lo olvidaste? Pues recuérdalo, imagina su rostro de placer a la hora de disfrutar lo que te arrebató, imagina la elocuencia de su mentira, de su argumento desesperado para acabarte. Recuerda cuando estuviste frente a él y fuiste recto, mientras él doblaba todo lo que se podía doblar. Si… ya lo estás odiando otra vez. Míralo, su rostro enfermo, su cabeza agusanada, su adicción a la desesperación. Si… siento el calor de tu sangre. Pégale. Que tu golpe concentre todo el rencor que le tienes a la mentira, que él sea la sustancia misma de la pestilencia que odias. Lo es. Lo encuentras tan mediocre… ¿Qué esperas? Sus actos han sido bajos. Pégale abajo. Ese rostro, esa mente que guarda tanta miseria. ¡Tanta enfermedad contagiosa, que es la miseria humana!

Y saqué mi sable. Miré al demonio incitador, tenía mi edad, vi su rostro excitado por lo venidero, sus ojos negros brillantes de expectación y apoyo a la venganza. Con sus hechizos gestó imágenes en mi mente, escenas patéticas y obscenas que acentuaban el deseo de la aniquilación. Las escenas que no quería ver en mi vida, aparecían por doquier ante mi vista. Unas tras otras, muchas, explícitas. Hasta que me cansé.

Una paz bañó mi cuerpo por un momento, cerré los ojos. Las imágenes agusanaban mi cabeza, la llenaban de fuego y tormentas. Abrí los ojos. Abrí siete ojos.

El escenario cambió radicalmente, vi al monstruo pestilente que a mi lado me alentaba a golpear la nada, pues nada había ahí. Recordé el arduo entrenamiento. Lo recordé con toda mi alma y el demonio retrocedió, corrió, no sé que vio al mirarme.

Debo matarlo... pensé, y corrí tras él atravesándolo con mi sable, dejándolo en silencio.

Recordé mi secreta inspiración, sonreí, recordé la palabra que alguna vez leí con el corazón. Comprendí que los cerdos seguirán bajando por si solos, según la mecánica natural de la justicia. Me convencí una vez más, de la intensa necesidad de evitar ser uno…








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